Haciendo aguas

Haciendo aguas. Nunca había pensado en el significado de esa expresión. Quizás porque nunca piensa en que tu vida pueda acabar de un modo tan pésimo pero sí, a veces las cosas se complican, se retuercen y te acaban explotando en las narices.

No he sido ni soy una persona fácil. Siempre hablando antes de pensar, siempre impulsiva y siempre muy directa. Un mal cóctel para vivir con tranquilidad pero un buen imán para estúpidos y malotes.

Y, como no, era de prever que acabase con uno de esos idiotas que aparentemente eran un rebelde sin causa pero que en el fondo eran unos inmaduros e inseguros Don Nadie de los que una acaba dependiendo hasta unos niveles que no son normales mientras el resto del mundo se pregunta en qué demonios estabas pensando para acabar con alguien así. Siempre parecen el chico ideal hasta que le quitas las veinte virturdes que tienen y que sólo estaban en realidad en tu cabeza, pero eso no siempre una lo ve.

No estaba por la labor de seguir en esa vida. Simplemente, una mañana me levanté y por algún motivo decidí que no podía más. Me resultaba insufrible tener que seguir viviendo con aquel mindundi un sólo minuto más de mi tiempo. Y, como no, acabamos discutiendo.

Otra pelea a gritos, otros reproches. Una buena ocasión para que mi bocaza saliese a dar la nota y soltase mil perlas sobre él que le sentaron fatal, aunque no estaban carentes de verdad, que seguramente es lo que más le dolió de todo.

Y él no pudo más y me dio un puñetazo para acallar aquella sarta de improperios y realidades que le saltaban a la cara como bofetadas. Y nuevamente, no pude reprimir la impotencia, la rabia y las miles de ganas de partirle la cara que había tenido en antiguas peleas inconclusas en las que acabé cediendo y mordiéndome la lengua y golpeando una pared con el puño.

La lié. Me hundí con todo el paquete.

Antes de darme cuenta él estaba en el suelo inconsciente, con una brecha en la cabeza, reposando sobre un creciente charco de sangre roja brillante. Y a mi me temblaban las manos con las que sujetaba una sartén de hierro en la que solía hacer cosas a la plancha y que ahora estaba manchada de restos de la cena y sangre.

Y no sé cómo ocurrió, no sé ni cómo pude reaccionar así. Y me quedé sentada en la puerta de casa aguardando a que llegase la policía a la que sin duda habrían llamado los vecinos, como en las otras peleas y vi como mi vida hacía aguas, se acababa. Y todo por no poder controlarme, por explotar.

Mientras las luces azules comenzaban a asomar al final de la calle me encendí un cigarrillo y esbocé una estúpida sonrisa. ¿Cómo iba a entender nadie nada si ni yo misma sabía bien lo que había ocurrido? Mañana sería una noticia a pie de página en los sucesos locales del periódico y en una semana una presa más aguardando juicio a la que nadie importa. 

FIN

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