El camino

El camino parecía no tener fin, era un sendero hostil y tortuoso que serpenteaba colina arriba, perdiéndose entre bastos matorrales y en un sin fin de tenebrosos árboles. 

A pesar de ello, la misión era clara y su empeño grande. Un camino así no le desalentaría. Agarró su pesada carga y continuó caminando, apartando puntiagudas ramas y zafándose de los espinosos arbustos que se empeñaban en retenerla.

Continuó sin descanso, debía llegar, ella se lo había encargado y la estaban esperando. Si ahora daba la vuelta sería un estrepitoso fracaso y nunca le encomendarían otra misión igual. ¿Qué sería de ella si ya nadie le dejaba salir a los caminos?¿Hacer encargos?¿Valerse por si misma?


Finalmente, el camino pareció llegar a su fin, más allá del viejo molino había una pequeña casita de tejas rojas y ladrillo anaranjado. Las ventanas estaban cerradas y tapadas por unas bonitas y acogedoras cortinas. Sonrió, se adecentó la ropa y llamó suavemente a la puerta con los nudillos.

—¿Quién es?—inquirió una sabia voz, tocada por la edad.
—Soy yo, Caperucita Roja.—dijo la aventurera
—Pasa, cariño, pasa.

La niña le contó a su abuela lo mucho que había tardado en llegar, que le había dado miedo aquel terrible camino que separaba las dos casas y la abuela, bondadosa y sabiamente, le indicó que quizá el camino era más terrible de lo que parecía porque era la primera vez que lo recorría sola, aunque era el mismo en el que solían jugar siempre cuando era más pequeña y ella o su madre iban de una casa a la otra.  Le dijo también que no había nada más que temer que el propio miedo y la niña, confiada, nunca jamás lo tuvo.

FIN

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