La Presencia

O todos se habían vuelto locos o era yo. No había otra opción. Estaba claro que aquello no podía estar pasando dentro de las condiciones de la lógica.
Julia corría por todas partes gritando que había visto a un fantasma. Mario se había tenido que sentar y tartamudeaba un casi irreconocible "estaba ahí" y así todo el grupo. Yo no había visto nada y me parecía una soberana tontería.
Almudena, que siempre solía salir bastante bien de los problemas, decidió que lo mejor era agarrar el toro por los cuernos. Asió con fuerza la linterna y nos dijo:
- No vamos a dejar esto así. Comprobemos si es cierto que estaba ahí.
Julia se puso a llorar y se acurrucó junto a Mario en el suelo. Estaba claro que no iban a acompañarnos. El resto seguimos a Almu por el pasillo, caminando en silencio tratando de no hacer ruido que nos impidiese escuchar. Junto a mí, con la respiración entrecortada estaba Carlos que estaba tratando de reprimir un ataque de ansiedad y cerrando el grupo Luis, alerta y grabando todo con la cámara.
Era la cuarta que vez que íbamos a aquella casa. La última de todas hacía casi más de un año y no nos habíamos vuelto a reunir para eso. Pero Julia insistía en que había una presencia, un fantasma, algo en la casa que no paraba de seguirla a todas partes desde que nos habíamos ido la última vez.
Debía ser cierto, porque Julia estaba más atacada de los nervios que de costumbre, tenía depresión y se pasaba la mayor parte del tiempo sollozando. A penas me hacía caso y estaba claro que nuestra relación estaba en sus últimos momentos.

Abrimos la puerta que daba al sótano. Un sótano oscuro y húmero. Miré hacia abajo con recelo y les dije que tuviesen cuidado.
Esta escalera era de lo más traicionera, la última vez que bajamos se partió y me di un buen golpe, a veces aún noto el dolor en la espalda.
- ¡¿Estás ahí?! - preguntó Almudena, aunque estaba claro que esperaba que allí no hubiese nadie. - Si estás, dinos algo.
Nadie contestó. Sólo se oían ruidos silenciosos de casa vieja. Almudena se asomó a la escalera y se quedó mirando fijamente, muy atenta.
- Marcos...- dijo como preguntando y llamándome.
- ¿Qué? - me asomé a su lado en la escalera, tratando de ver lo que había llamado la atención de Almu, pero no logré ver más que oscuridad - No veo nada.
- Aquí no hay nadie. Si hubiese algo lo habríamos notado. - sentenció Almu.
- Pues claro, aquí sólo estamos nosotros. - la apoyé, a ver si se nos pasaba la tensión a todos.
- Chicos - llamó Luis, que estaba revisando la cinta - ¡Chicos! - dijo enfocando hacia nosotros - ¡Joder!
Carlos empezó a respirar muy rápido, a hiperventilar y abrió los ojos atónito.
- Está junto a ti. - dijo Luis señalándome.
Miré a mi alrededor y no vi ningún fantasma, ente, presencia, sólo la cara pálida y aterrada de Almudena que empezó a llorar y a decir "ay, Dios, ay, Dios" como si fuese un mantra relajante.
- ¡Aquí no hay nada, Luis! No seas cabrón, que estás acojonando a la gente. - dije y me acerqué a Luis a ver qué demonios había en la cinta.
Se la quité de las manos y empecé a mirar. Nada, todo el rato éramos nosotros. Le devolví la cámara y casi se le cayó al suelo de los nervios.
- No hay nadie, Luis. No seas cabrón y deja de hacer el tonto. - le dije, harto ya. - Vamos a salir de aquí, llevaremos a Julia al psicólogo y no volveremos más.
Abri la puerta y cogí las cosas.
- ¡Vamos! - insistí.
Nadie se movía, Almu empezó a llorar, Julia se desmayó y los chicos no sabían qué hacer.
Finalmente, Almudena, que siempre había sido la más dura me miró muy seria sin dejar de llorar:
- Marcos. ¿No sabes que estás muerto?
- Vale ya con la bromita chicos. - ella no me miraba a mi, miraba al espacio entre la puerta y yo.
- Marcos, si me escuchas, estás muerto. Te caíste por las escaleras hace un año y te rompiste el cuello. Tienes que irte y dejarnos a Julia y a nosotros en paz.
- ¡¡No tiene gracia, Almu!! - me estaba empezando a asustar, esta broma se estaba pasando de cruel.
- Nos vamos, Marcos. No nos sigas. Déjanos en paz.
Almu dejó sobre la mesa que hacía las veces de recibidor un periódico y un pequeño recorte. Mario cogió a Julia en brazos y se fueron.
- ¡Muy bueno, chicos, casi me muero de la risa!
Me acerqué a la mesa. Habían dejado un periódico del día siguiente al que vinimos a la casa la tercera vez. Una noticia sobre un accidente. Alguien se había caído por las escaleras y había fallecido. Luego miré el otro papel. Lo cogí en la mano y leí aquellas letras negras con mi nombre, mi fecha de muerte y lo mucho que mi familia y mis amigos me apreciaban.
Me senté en el sofá. Miré con recelo la puerta que bajaba al sótano y me acerqué hasta allí. Recordaba el día que me había caído por la escalera con toda claridad. Había sido un gran batacazo. Pero recuerdo que me levanté y...
Y Julia lloraba mucho pero me senté con ella en el coche diciéndole que estaba bien, que se le pasase el susto. Había médicos por allí pero no me habían hecho caso. Y luego llegó mi madre que intentaba subirse a la ambulancia a gritos.
Empecé a unir las piezas y lo supe. Supe que había muerto, supe que tenía que dejar a todos en paz. Y entonces, oí una voz y un extraño resplandor blanco que venía del fondo de la escalera. Y bajé.
FIN

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