Los zapatos

La palabra, más que enamorada, era fascinada. 
O al menos, eso es lo que Claudia pensó sobre su estado mientras observaba detenidamente aquellos fastuosos zapatos en el escaparate. Se los estaba probando mentalmente y decidió que le quedarían fantásticos con un vestido de noche y también con un vaquero en plan "informal a la par que elegante" que se solía decir.
Eran un par de zapatos refinados, con una tacón fino y alto de unos imposibles diez centímetros, con un reluciente color charol rojo brillante que haría brillar cualquier conjunto.
Miró el precio y suspiró. Eran de diseño, como no, y valían una gran parte de lo que Claudia ganaba en el mes. Además, acababa de comprarse otro par hacía solo una semana y su economista interior le decía que el Haber de su cuenta estaba a rojos si hacía aquella compra y sólo acababa de empezar el mes.
Con un suspiro abandonó lentamente el escaparte sin dejar de mirarlos y despidiéndose de ellos para siempre.
Aquella noche soñó con los zapatos. Estaban en sus pies y paseaba con ellos por la calle acaparando miradas y recogiendo piropos. 
Por la mañana se despertó, inquieta, y al comprobar que los zapatos no estaban en su armario se deprimió un poco y se preparó el desayuno dispuesta a afrontar otro duro día sin los stilettos que se le antojó anodino y vacío.
Al salir de trabajar y, aunque tenía que dar un rodeo bastante grande, volvió a pasar por el escaparate y se quedó observando el par, soñando despierta sobre recepciones a las que asistir, reuniones de trabajo, citas con amigas, cenas informales y galas de premios a las que jamás la invitarían pero a las que acudía en su cabeza vestida con increíbles vestidos de alta costura. 
Salió de su ensoñación cuando una chica le tocó el hombro y de forma hostil le indicó que se separase del maldito cristal y le dejase echar el cierre. Claudia se separó sobresaltada y escuchó el crujir de la verja que bajaba con celeridad. La chica, a la que identificó cuando volvió a la realidad como la dependienta, le dedicó una mirada de desprecio y se alejó.
Claudia miró a los tacones del escaparate tras la reja protectora y se le antojó que parecían dos presos. Luego miró hacia arriba. Ni se había dado cuenta de que era de noche y bastante tarde. Tampoco había comido porque había estado toda la tarde ensimismada con ellos.
Sacudió la cabeza y pensó que se estaba volviendo un poco loca. Riéndose un poco de sí misma se fue a casa y decidió no volver a pensar en ellos, a fin de cuenta, sólo eran unos zapatos.
Durmió inquieta toda la noche con unos extraños sueños en los que caminaba descalza por un camino de piedras afiladas.
Por la mañana se dirigió a hacer su vida normal aunque estuvo distraída pensando en los zapatos. Al salir, resistió el impulso de pasar por el escaparate y, para contrarrestar, decidió comprarse una revista de moda, que era más económica que los stilettos y decidió pasar la tarde mirando otros pares que la distrajesen.
Mientras tomaba un café tirada en su sofá ojeando la revista se quedó de piedra al comprobar que había una foto de los zapatos en una de las páginas interiores. Allí estaban, brillantes, perfectos, ideales...en tamaño folio. Sería  un poster genial. Como poseída, arrancó la página y la pegó en la pared con un fiso por detrás, como hacía en su época de adolescente con las fotografías de los actores que adoraba, y se sentó en el sofá con una sonrisa de oreja a oreja sin dejar de contemplarla.
Aquella noche no soñó con los zapatos. De hecho,  no durmió. Cuando el despertador dio su aviso a las siete de la mañana Claudia se sobresaltó y notó que estaba terriblemente cansada.  Ni la ducha reparadora ni una buena capa de maquillaje pudo camuflar el mal estado en el que se encontraba.
Sus compañeros le preguntaron varias veces si se encontraba bien, a lo que ella explicaba que había tenido mala noche. Aunque en realidad no había sido mala, había estado pensando en los zapatos y en las diferentes combinaciones de ropa con las que le sentarían genial y para ella había sido lo mejor del día.
Al regresar a casa siguió contemplando la fotografía de los zapatos.
Y, de pronto, tuvo una revelación: Los compraría. Punto, no había vuelta atrás. Acabaría con esa fijación con ellos y aunque pasase mal mes y tuviese que prescindir de otras cosas al menos tendría aquellos fabulosos taconazos para sobrellevarlo.
Cogió sus tarjetas de crédito, el bolso y salió decidida hacia la tienda. Al llegar no vio los zapatos en el escaparate y el corazón le dio un vuelco. Entró acelerada a la tienda y le preguntó por ellos a la dependienta que la miró extrañada y le indicó que los había vendido, que eran una edición limitada y que no tenía más en el almacén, que le mandaban los dos números más solicitados y ya. Claudia tendría que mirar en otra tienda.
Estaba hecha polvo y salió de la tienda muy deprimida. No podía ser, había tardado demasiado. De camino a casa fue parando en todas las zapaterías que encontró pero nadie sabía nada de dichos zapatos.
Esa noche tuvo horribles pesadillas en las que los zapatos se alejaban de ella. 
Por la mañana arrancó el poster de la pared y se recorrió la ciudad zapatería a zapatería preguntando por los zapatos. Siempre la misma respuesta: agotado.
Al llegar a casa se encontró el contestador lleno de mensajes de la oficina: por lo visto su jefe quería saber por qué no había venido, si se encontraba bien, y ya avanzados los mensajes se fue tornando en avisos más serios y amenazas de despido como no diese señales de vida.
En ese momento a Claudia le daba todo igual, no podía tener sus zapatos, contempló la hoja de la revista, arrugada por el paseo celérico que le  había dado aquella mañana y suspiró. Imaginó su vida con zapatos, todo sol, alegría, risas y reuniones encantadoras.
A la mañana siguiente se dirigió resignada al trabajo sabiendo que iba a tener que dar muchas explicaciones por su falta sin previo aviso y el día se le antojó cuesta arriba. No mejoró en la oficina tras la charla (o bronca) de su jefe sobre responsabilidad en el puesto de trabajo ni de las obligaciones del trabajador. Ni el acumulado de papeleo de su mesa, ni las reuniones banales del café a la hora del descanso.
Claudia salió del trabajo y caminó hacia casa muy despacio. Por el camino vio a una chica vestida de forma informal con unas zapatos preciosos. Los miró, eran sus zapatos, los del escaparate, los preciosos y carísimos tacones de edición limitada y ella los tenía.
De pronto, Claudia, oyó un pitido, frenazos, gritos de la gente.
La chica de los zapatos bonitos yacía en el suelo en un charco de sangre, descalza, su bolso y sus pertenencias desparramados por el suelo. A su lado, empapada en sangre estaba Claudia, con los zapatos en las manos, la mirada perdida y la sonrisa de oreja de oreja. Imaginando los miles de sitios a los que podría ir con aquellos zapatos.
Incluso cuando un policía la redujo no dejaba de sonreír y de mirar los zapatos. Estaría tan guapa en las fotos con ellos puestos. Se inquietó cuando la metieron en el coche pero oyó una voz que decía "guarda los zapatos, que se vienen con nosotros" y entonces, Claudia, cerró los ojos dentro de la parte trasera del coche y con una sonrisa se durmió y soñó con miles de flashes y ella vestida con sus increíbles tacones rojos.
Espléndida, hermosa, como las famosas del cine.
FIN
Escrito para Lista el Mago de Oz de The Inspiration List.

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