Día de patos

Aquella mañana se presentaba normal como las demás. Se levantó de la cama, desayunó, se vistió con la ropa de faena y dejó salir a los animales a pastar. 
Cogió sus herramientas de labranza y se dispuso a iniciar otro día completo de trabajo en el campo. Cada mañana lo mismo, cada día igual. Llueva o haga sol, haga frío o calor, allí estaba él, haciendo sus labores, como su padre antes que él, y como su abuelo, antes que ellos.
José se puso a la faena, ya llevaba tres buenas horas de trabajo y otro buen tanto de cansancio cuando descubrió en medio de su parcela a un pato extraviado.
- ¡¿Qué haces aquí?! - preguntó sin esperar respuesta - ¡¡Fuera!!
Sabía que pato no necesariamente le iba a hacer caso, pero él lo intentó una vez más, esta vez agitando los brazos, pero el palmípedo permaneció impasible.
- ¡Maldito bicho! - exclamó, furioso.

Como respuesta a ese comentario tan grosero, el pato levantó un ala y frotó su pico bajo ella, como ignorando a José. Luego se acurrucó en el suelo.
- ¡Ahí no, ahí no! - chilló José mientras se acercaba a sacar el pato del lugar que había escogido para descansar. - ¿Será que no tienes campo para estar?
El pato, finalmente, dio su ala a torcer, y pareció moverse lentamente, anadeando como era propio de su especie. Se perdió pasado unos instantes tras un espeso matorral y José, decepcionado un poco por la victoria conseguida, volvió al trabajo.
Todo era silencio y quietud. De hecho, le pareció demasiado silencio y quietud. ¿Por qué no trinaban ni los pájaros ni sus animales hacían ruido? Extrañado, se dirigió a ver qué ocurría.
Sus animales se habían juntado, agrupados con las miradas vacías frente a unos matorrales. Parecían estar esperando algo que no acababa de llegar.
José, preocupado por si había un lobo que pudiese estar al acecho, cogió una azada grande y salió hacia la espesura de los matorrales, esperando encontrarse con un terrible animal peludo.
Al conseguir entrar vio aquello que los animales estaban esperando. Era el pato, yacía muerto en el suelo, con el cuello mordisqueado.
José se quedó pensativo y decepcionado, durante unos instantes, a fin de cuentas, aquella no era la confrontación que esperaba. Se dio la vuelta y se alejó en silencio.
Sus animales seguían allí, mirando el arbusto, tratando de desentramar algún misterio que sólo ellos podían imaginar.
- ¡Venga, a pastar! - exclamó José, perplejo. 
Tras él, el arbusto crujió.
José nunca entendió lo que pasó a continuación, el pato muerto, un pato con la mirada vacía, un andar raro pero agresivo y rato, con los ojos vacíos inyectados en sangre saltó sobre él y le quitó la vida a picotazos. El resto de animales se quedaron inmóviles, mirándole con los ojos vacíos y la mirada perdida. Y, lentamente, mientras José agonizaba, todos se acercaron a comer.

FIN

Escrito para Aula 7: Principio, Medio y Fin de Funny Book Land

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